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lunes, junio 05, 2006

Parashat Behaalotja 5766

Contagiando la Pasión

De alguna u otra forma, todos somos educadores.

Está quien forma alumnos o está quien cría hijos (que es bastante parecido, al menos de acuerdo al Talmud). Pero educar es del mismo modo apasionante: quien educa se emociona ante cada nuevo paso y al observar que va dejando una huella en el otro.

Ahora...la pregunta es cómo se educa. Un padre puede pegarle a su hijo cada vez que este mete la mano en el enchufe. Pero si no le explica lo mucho que lo quiere y el daño que podría causarle esa conducta, va a lograr que ese chico vuelva a su rutina ni bien su padre se vaya.

Todos tuvimos alguna vez una profesora de historia que nos asustaba con lecciones orales, malas notas y exámenes sorpresa. Sin embargo, sólo recordaremos con cariño a aquellos maestros que vivían su tarea con pasión, ingresaban a clase con una sonrisa y entendían que nuestros tropiezos eran una nueva oportunidad para enseñar en lugar de una nueva oportunidad para castigar.

Parashat BeHaalotjá habla acerca del encendido del candelabro que día a día ardía en el Tabernáculo.

El candelabro, en la tradición talmúdica, simboliza a la sabiduría en general y a la Torá en particular y sus llamas representan la pasión por el estudio y la continuidad de nuestra tradición.

Pero existen dos formas de encender una vela. La una es tocar la mecha con la llama. A la mecha no le quedará otra que arder...

Pero la otra es ubicando la llama en la proximidad de la mecha. La mecha comenzará a levantar temperatura hasta que en un determinado momento arderá por sí sola.

De la misma forma ocurre con nosotros. Podremos obligar a nuestros chicos a ser judíos. Podremos enviarlos a una escuela judía y a ‘hacer’ el Bar Mitzvá. Podremos sermonearlos a diario acerca de la religión de su futura pareja. Podremos hablarles del Goldene Keit y de la importancia de sumarse a esa cadena milenaria de transmisión.

Nuestros hijos podrán arder por la fuerza, sin embargo no sabemos si su llama tendrá la fuerza necesaria para seguir encendiendo velas.

Sin embargo, cuando ese joven se enciende al sentir el calor del ejemplo la cosa cambia. Allí no fue el fuego -a menudo destructor- quien encendió, sino que fue el calor...Y quien ardió a partir del calor, también tendrá calor para transmitir. Porque la pasión no se impone...se contagia.