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domingo, julio 09, 2006

Parashat Pinjás

Derechos adquiridos

Parashat Pinjás nos narra acerca de cinco mujeres hijas de un hombre de la tribu de Efraim llamado Tzlofjad. El hombre había muerto y no habiendo dejado herederos varones las mujeres se acercan a Moshé pidiéndole una porción en la Tierra Prometida.

Sabían las mujeres que la herencia era solo para los hombres. ¿Qué habría de ocurrir con los derechos de su padre? ¿Ser mujeres las transformaba en criaturas de segunda categoría?

Moshé no sabía bien qué responder. Pero después de consultar con Di-s, Moshé recibió la respuesta: Aquellas cinco mujeres irían a heredar a su padre y tendrían una porción en Eretz Israel.

El midrash (BeMidvar Rabá 21, 10) hace una lectura muy interesante de este episodio: Otó HaDor Haiu HaNashim Godrot Ma SheHaAnashim Portzim. (En aquella generación, las mujeres enmendaban lo que los hombres arruinaban ).

Los hombres bailaban alrededor del becerro; y las mujeres se hacían a un lado. Los hombres difamaban contra la tierra junto a los meraglim; y las mujeres guardaban respetuoso silencio. Los hombres querían elegir un líder que los lleve de regreso a Egipto; ¡y las mujeres iban a Moshé a suplicarle el tener una porción en la tierra!

Muy pocos querían a esa tierra…a excepción de ellas.

A menudo pienso que la historia de las hijas de Tzlofjad es un calco de nuestra historia como pueblo.
Ni siquiera aquellos otros pueblos que hoy llaman a esta tierra "Tierra Santa", le dedicaron un poema o un mínimo sueño.

Mientras todos veían desolada a Eretz Israel y le daban vuelta la cara, nosotros sabíamos que estaba desolada porque nos estaba esperando.

Mientras todos, con desidia e inercia, se acostumbraban a sus pantanos contaminados por la malaria y el tifus, nosotros sabíamos que aquel día en que logremos secar esos pantanos, Israel volvería a ser la tierra de leche y miel prometida por Di-s.

Nosotros eramos los que soñábamos con la tierra de Israel cuando todos la veían como el patio trasero del mundo. No es por su riqueza que soñamos por siglos con ella. Soñamos con ella, a pesar de su pobreza.

No es sólo la promesa de Di-s lo que nos da legitimitad como habitantes de esta Tierra. La legitimidad máxima y absoluta la logramos al haberla deseado, cuando todos la despreciaban, al haberla llorado, cuando todos la profanaban. Tal como ocurrió con las hijas de Tzlofjad.