La
mesa del hogar judío
En
Parashat Trumá, comenzaremos a leer acerca de la construcción del Tabernáculo
(mishkán) y la elaboración de sus utensilios.
Ya
habíamos leído hacia el final de Parashat Itró respecto al altar (mizveaj):
"Y si altar de piedra hicieres para
mí, no las labrarás, porque tu cincel alzarías sobre ellas y las
profanarías" (Shemot 20, 25).
Por lo
pronto, resulta extraño que en la descripción de nuestra Parashá no se nos hable
de un altar de piedra sino de un altar de madera recubierto de cobre (ver
Shemot 27, 1-8).
Por lo
visto, este altar estaba rellenado con tierra y –en una época más tardía- con
piedras (véase Enciclopedia Mikrait, vol. 4, pag. 773).
Este
altar de cobre, en tiempos del reinado de Ajaz sobre Iehudá (733 – 727 a.e.c.)
fue desplazado hcia el norte del Templo y en su lugar se construyó un altar de
piedra (véase Melajim II 16, 14).
En la
literatura rabínica –y entre los exégetas bíblicos- existe un paralelismo
explícito entre el altar del mishkán y del Templo de Jerusalem y la mesa
del hogar judío.
Dice
la Mishná que la razón por la cual las piedras del altar no se labran con
cincel, es que el hierro está destinado a acortar los días del hombre (dado que
con él se fabrican las armas), mientras que el altar, prolonga los días del
hombre. No corresponde, pues, alzar el hierro sobre el altar (Mishná Midot 3,
4).
Por la
misma razón solemos esconder los cuchillos metálicos durante el recitado del
Birkat HaMazón dado que la mesa del hogar judío prolonga los días del hombre,
mientras que el cuchillo los acorta (Sefer HaRokeaj 332).
¿De
dónde viene este paralelismo entre el altar y la mesa del hogar?
A
partir del capítulo 40 del libro de Iejezkel, leemos una extensa profecía en la
cual se describe al profeta la naturaleza del futuro Templo junto a sus
utensilios y sus medidas.
Al llegar
a la descripcion del altar, leemos:
"El
altar, de tres codos de altura, y de dos codos de longitud, era de madera, como
así también sus ángulos, su superficie y sus muros. Y él me dijo: "Esta
es la mesa que está delante del Eterno" (Iejezkel 41, 22).
Como
podemos apreciar, el altar es también llamado "mesa" en dicho
versículo. Esta curiosidad motivó una célebre conclusión entre nuestros sabios:
"En
tiempos del Templo, es el altar quien expía por el hombre. Ahora (que no está
el Templo en pie), es la mesa del hombre la que expía por él" (Jaguigá
27a).
El
Talmud nos enseña aquí una máxima de profunda belleza.
Desde
aquel momento en que el Templo fue destruído, son las buenas obras que practica
el hombre las que expían sus trangresiones.
La
mesa del hogar judío es el lugar donde sentamos a nuestros invitados y cumplimos
con el precepto de Hajnasat Orjim. Es allí donde alimentamos al
hambriento. Donde nos alegramos en Shabat y Fiestas. Donde encendemos la llama
en las futuras generaciones durante la noche del Seder y la lectura de la
Hagadá.
La
mesa del hogar judío es la "cocina" de nuestra milenaria cadena de
transmisión y buenas obras.
Cuenta
el Rab. Isajar Frand que en la antigua Francia, existía una costumbre por la
cual se enterraba a los muertos en ataúdes elaborados con la madera de la mesa
del difunto. Esto enseñaba que nada podía llevarse el hombre de este mundo, a
excepción de las buenas obras y la merced que practicó sobre su mesa.
Imaginémonos,
dice el Rabino Frand, a aquellos hombres que acompañaban al difunto en su
último viaje y veían a este envuelto por aquella vieja mesa sobre la que cantó, leyó la Hagadá y sobre la cual
comieron sus invitados.
¿Cuál
es el mensaje aquí?
Por lo
visto es aquel que nos da Rabí Iosi ben Kisma hacia el final de Pirkei Avot (6,
9):
Dijo
Rabí Iosi Ben Kisma: cierta vez marchaba yo por el camino y se encontró conmigo
un hombre, y me dio la paz, y le regresé la paz.
Me
dijo: “Rabí, ¿de dónde eres?”.
Le dije: “De una ciudad grande en sabios
y escribas soy”.
Me
dijo: “Rabí, que sea tu voluntad que more con nosotros en nuestro lugar, y yo
te daré mil millares de dinares de oro, piedras preciosas y perlas”.
Le
dije: “Aun si me dieses toda la plata y el oro, las piedras preciosas y las
perlas del mundo, no moraría sino en un lugar de Torá”.
Pues
así hallamos en el libro de Tehilim de David, rey de Israel: “Mejor es para mí
la
Torá de Tu boca que miles en oro y plata” (Tehilim 119:72).
Torá de Tu boca que miles en oro y plata” (Tehilim 119:72).
Y no
solo ello, sino que a la hora del licenciamiento del hombre del mundo no lo
acompaña ni la plata, ni el oro, ni las piedras preciosas, ni las perlas, sino
la Torá y las
buenas obras.
buenas obras.
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